martes, 19 de abril de 2011

Fragmento de una biografía (II)

—Ei, bichos ¿adónde vais?
—A Cádiz.
—¿A Campo Loco? Pues que no os pase nada. ¿Tenéis un cigarrillo rubio?
—Sí, toma.
—Trae.
El veterano, rapado y con galones rojos, tomó el paquete entre las manos, se sirvió un cigarrillo y se guardó el resto.
—Mira, chaval, te voy a dar un consejo como pago. Más te vale que te pases al negro, o que no se te vea el paquete, de lo contrario te volará, ¿capichi? Por cierto, ¿de dónde sois?
—De Barcelona.
—¡Vaya, polacos! Pues allí os van a poner las pilas, se os van a quitar las ganas de ser separatistas. En Campo Loco les cortan las pelotas a los catalanes, y a ti te van a dejar más pelao que el culo de un mandril.
Les dedicó una mueca despectiva y el dedo corazón sobresaliendo de su puño y se alejó.
—Joder, vaya movida nos espera —suspiró Eduardo—. Mejor me paso al porro.
—Tenía que haberme hecho objetor —se lamentó el de la cabellera sobre los hombros —, y encima me llamo Arnau, que no tiene traducción al castellano, seguro que me cogen manía.
—No les hagáis caso —intervine—, será cuestión de no darles conversación.
—No, si el problema es que sean ellos quienes nos hagan caso a nosotros —concluyó Juan, ajustando la altura de sus lentes.
El episodio me llevó a pensar de nuevo en Sara, mi único baluarte, mi esperanza y la fuerza que me impulsaba para superar aquel trance de casi quince meses. Al poco, mis ensoñaciones se vieron de nuevo interrumpidas, otro soldado entró sin pedir permiso. 
—Hola, me llamo Miguel y estoy destinado en Cádiz, ¿vosotros vais al campamento, a Camposoto, verdad? —aguardó un segundo para obtener confirmación y prosiguió—. Pues vais a necesitar esto.
Miguel sacó un frasco de una pequeña mochila y se lo entregó a Arnau.
—Es pachuli, un perfume típico de Marruecos que atrae a las mujeres pero que además tiene un efecto cojonudo contra los piojos y las garrapatas, ya veréis, oled.
El frasco pasó de una nariz a otra; tenía un olor dulzón y penetrante.
—Bueno, hay que ponerse poco porque es muy intenso, tened en cuenta que está concentrado.
—¿Hay muchos piojos en el campamento? –—pregunté.
—Tú mismo, más de dos mil tíos durmiendo en barracones y con unas medidas higiénicas mínimas. Allí pillas hongos nada más llegar, pero esto aleja a los insectos una barbaridad, lo descubrieron los moros, que de estas cosas entienden un rato, y se hinchaban de venderlo a los reclutas, pero les hemos quitado el negocio, ellos que lo vendan en su tierra.
—¿Cuánto cuesta? —se interesó Eduardo.
—Cien pelas el frasco de cien mililitros, una ganga para los usos que tiene, y no te cuento como caen rendidas las moritas.
Compré dos frascos, como cada uno de mis acompañantes. Un total de ochocientas pesetas invertidas en conseguir un remedio probado contra las plagas de insectos, que todos creíamos campaban a sus anchas por aquellos andurriales. Horas después descubrimos que aquel infesto olor sólo ahuyentaba a los propios compañeros, pues resultó ser que si alguien osaba ponerse aquel elixir de mofeta, era poco menos que linchado a burlas por el resto de la Compañía.

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