domingo, 30 de enero de 2011

Alicia

           Para recordarte cierro los ojos. Vives ahí, acomodada en la penumbra de la memoria y eso me gusta, porque me he acostumbrado a tu presencia. Repaso, revivo una y otra vez aquel instante en que te tuve a merced de mis labios y que, estúpido de mí, me contuvo una brizna de pudor. Cuando te tuve, ¿recuerdas?, en el calor de un abrazo, en el umbral de la mirada, en el sentimiento que fluye constante y me devuelve a tus gestos, a tu sonrisa, a tu luz, cada vez que cierro los ojos para recordarte.
Duermo más, mucho, demasiado, pero es que me absorben nuestros encuentros furtivos, donde invento mil aventuras, te sueño, te recreo. Siempre regresamos al mismo punto, al día en que te conocí, la noche, Velvet. Me encanta cómo bailas. Pues yo a ti no te he visto aún. ¿Lo hacemos? ¿Cómo dices? Bailar y solo bailar. Nuestros cuerpos encajaban como si fueran de un mismo molde, nuestras manos se deslizaban en trazos sensuales intuyendo las curvas y sus formas y tu rostro, se iluminaba cada vez que me escuchabas y yo, yo me llenaba de ti, te aspiraba con todos los sentidos, admirado y resuelto, soñador e intrépido. Esta noche podríamos recorrer juntos las estrellas. Es tarde para mí, otro día tal vez. Entonces déjame acompañarte a casa. Y desde ese momento, floto en la añoranza de tus ojos, me dejo caer en el abismo de la ilusión, de una caricia, que consigo y conservo, mi amor, cuanto más y más duermo.
¡Dios mío! Desátame la vida de este cuerpo, porque al rozar su piel se me quebró el alma; porque al tomar su mano fui ella; porque la razón no se comparte con la locura; pero sobretodo, porque la añoro tanto, ¡cómo la añoro, Dios!
Cómo volví al día siguiente, confiado. Con qué inocente alegría repiqué los nudillos en tu puerta y te nombré. Cuán fría la respuesta. Cuánto ahogo en tan pocas palabras, de tu madre incrédula, con la mirada perdida. Alicia, mi hija, falleció hace cinco años... ¿Y ese retumbar de muerte en los oídos, ese salvaje y cruel dominio del horror, ese letargo en vida? Muerta, tú... ¿Cómo?
Preguntas que no tienen respuesta ni solución ni tan solo forma. No dudo de lo que vi, de lo que sentí; no quiero, me niego. Prefiero, me gusta pensar que viniste a mi encuentro porque buscabas algo de mí, querías no sé el qué, y yo me enamoré de ti. Por supuesto, Alicia, lo sabes bien. Sabes que te busco en el cuerpo, en los labios, en los ojos, las manos, el cabello y la piel de otras mujeres. Es como un puzzle de timbres, gestos, tonos y destellos en los que intento reconocerte, recomponerte, revivirte. Si pudiera te retornaría a la vida, volvería a sentir noche tras noche el embrujo de tus pupilas. Vendería mi alma, la consumiría, daría lo que fuera por un suspiro de tu aliento. Pero sigues ahí, recortada en el horizonte de mis ojos cerrados, mientras duermo y en sueños pregunto a Dios cómo encontrarte.


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