lunes, 7 de febrero de 2011

El loro, la lora, mi vecino y su esposa

A mi vecino se le escapó la lora. Él dice que se la robaron pero yo estoy convencido de que se escapó huyendo del aburrimiento. Dicen que los animales, tarde o temprano, acaban pareciéndose a sus dueños. Compró esa lora hace cinco meses para que le hiciera compañía al loro que vivía con él desde hace años. Quiso buscarle una compañera a su pequeño amigo porque lo veía muy triste y alicaído, melancólico, con ganas de tener una pareja. De modo que ese loro llevaba tanto tiempo con mi vecino que ya era como mi vecino, una persona ensimismada y aburrida, un hombre cuya vida se concentraba exclusivamente en la tienda y en el loro. El loro vivía en la tienda hasta que los de sanidad le dijeron que en una tienda de alimentación no puede haber animales. Desde entonces, la jaula dejó de estar a la vista de los clientes y pasó a ocupar un lugar de la trastienda, junto al televisor, la cocina y la cama de mi vecino. Un día vi un cartel pegado a una farola, hecho de una manera muy rudimentaria, en el que se veía la foto de un loro. En realidad era una lora. Bajo la imagen podía leerse la siguiente frase: “No se ha perdido, la han robado. Responde al nombre de Laura y es muy cariñosa. Quien sepa algo de su paradero que llame al teléfono que aparece más abajo. Se gratificará cualquier información que me ayude a encontrarla”. Cuando fui a la tienda a comprar pan y cervezas, mi vecino, con lágrimas en los ojos, me contó que su Juanito, el loro, estaba deshecho, que echaba tanto de menos a su compañera que no jugaba ni reía ni decía payasadas. Al parecer, los animales también desarrollan sentimientos de pérdida. Me contó cómo jugaba al fútbol con los dos pájaros y cómo éstos se apareaban en la intimidad. Bajo su punto de vista, la lora no tenía ningún motivo para escaparse porque llevaba una vida perfecta. Pero mi vecino es un tipo cuya existencia no sobrepasa las fronteras de la tienda y de sus mascotas. No hace otra cosa que atender la tienda y cuidar a sus mascotas. Él no sabe que es un tipo aburrido porque lleva la vida que quiere llevar, el aburrimiento se demuestra en el hastío de su esposa. Su esposa no sonríe nunca, salvo cuando alguno de mis hijos, que son muy graciosos los dos, entra en la tienda para comprar pan, Coca-Cola, o el periódico. Suele entablar conversaciones muy entretenidas con ellos que luego, cuando soy yo el que va a la tienda, me las cuenta con una expresión de regocijo y diversión. Cuando eran jóvenes, mi vecino y su esposa emigraron a Suiza y vivieron allí durante años. Tuvieron dos hijos tan aburridos y apáticos como su padre. A menudo he oído a mi vecino hablar en alemán o francés con algunos clientes turistas procedentes del país alpino. Sin embargo, a ella nunca. Ella es una mujer silenciosa que hace su trabajo como a distancia, como si estuviera en otra parte. La esposa de mi vecino, igual que la lora de mi vecino, también se escapa a diario. Sus paseos son tan largos y prolongados que no es raro verla aquí y, una o dos horas más tarde, verla a varios kilómetros de aquí. Siempre va sola y silenciosa, su expresión no transmite tranquilidad ni relajación, sólo hastío. Cuando ella y su marido están juntos en la tienda apenas hablan entre ellos, no se pelean ni interfieren en lo que esté haciendo el otro. Es como si el tiempo de cada uno fuera un tiempo propio, como dos tiempos diferentes que hubieran coincidido en el mismo espacio por pura casualidad, o por alguna extraña paradoja relacionada con un pasado común. Muchas veces me he preguntado qué vio ella en él para convertirlo en el hombre de su vida. A lo mejor mi vecino, en su juventud, era un tipo emprendedor y vitalista, a lo mejor sus años en Suiza lo convirtieron en el hombre vacío que es ahora. No lo sé, el caso es que esta mañana calurosa de domingo he visto un nuevo cartel pegado a las farolas. Estaba dando un paseo en bici con mis hijos y vi la foto. Era ella, la esposa de mi vecino. Una mujer de sesenta años que aún conserva parte del atractivo juvenil que alguna vez la hizo deseable. La esposa de mi vecino nunca me habló de su juventud, pero no es difícil adivinar en ella una belleza escondida que no se diluyó con los años sino con las decepciones. Las decepciones son muy peligrosas, pueden convertir una apariencia en una pesadilla. Mi vecino sigue pensando que alguien secuestró a su esposa, igual que sigue pensando que alguien le robó el pájaro, pero yo creo que su esposa prolongó su paseo hasta el punto donde no es posible volver. Te pones a caminar por la orilla de la playa, por ejemplo, hacia el sur, y cuando llega la hora de volver, no vuelves, sino que sigues caminando, como si el simple hecho de caminar y alejarse signifique olvidar todo lo que has sido, como si cada paso que te aleje suponga un nuevo comienzo. Mi vecino, con todo, es una buena persona y no comprende por qué tiene tan mala suerte.
Autor: Antonio Romera
Mojácar. Julio del año 2009. Un día 20.

1 comentario:

  1. Muy buena la historia.

    Me da un poco de pena el pobre vecino, ya que si hubiese cuidado un poco mas la relación con su mujer no se hubiese quedado solo. Pero a veces la vida no es como nos gustaría que fuese.

    Seguiré atentamente vuestras publicaciones!

    ResponderEliminar