miércoles, 2 de febrero de 2011

En la oscuridad

02.17.
Un vigilante realizaba una ronda de comprobación en una de las plantas del centro comercial. Todo estaba oscuro. Bajo el foco de su linterna, cientos de destellos salpicaban la penumbra; eran los adornos de los decorados que aparecían y desaparecían a medida que la luz pasaba sobre ellos. Las sombras se movían a su alrededor, llegaban desde todos los rincones, formas que cobraban vida ante él y se extinguían tras su paso. El perfil de las figuras, de los muebles, de todos los objetos, se transformaba, se deslizaba en forma de siluetas que se acercaban, lo rozaban, hasta desaparecer en la nada, engullidas por la oscuridad a la cual pertenecían, formando un todo con ella. De vez en cuando, la luz tropezaba con un elemento de naturaleza cristalina y entonces se derramaba en un arco de colores, o fluía como una materia vaporosa entre los cuerpos inmóviles otorgándoles vida propia, en especial allí, entre los maniquís de piernas largas y cintura estrecha, justo en la planta de moda para señoras. De pronto, algo se movió. La linterna enfocó hacia un punto próximo al pasillo central. El hombre retrocedió. Con rápidos movimientos, alumbraba en ráfagas el espacio que lo rodeaba. Un sonido leve, distante, lo detuvo. El vigilante se llevó una mano hacia la empuñadura del revolver, lo desenfundó, se lo colocó al frente, sobre la otra mano que sujetaba la linterna. El haz de luz se desplazaba de un lado a otro mientras el hombre giraba sobre sí mismo y movía la cabeza con rapidez. Tenía la boca abierta.
—Está nervioso. Fíjese aquí cómo le tiembla el brazo.
Algo captó su atención. Se giró a un lado y apuntó la linterna. Entonces echó a correr, con precipitación, a través de un pasillo secundario, huía. Tropezó, varios muestrarios de ropa cayeron tras él. Ahora, la luz se desplazaba sin rumbo por el techo, entre las perchas alineadas, entre vestidores y escaleras mecánicas, sobre los adornos que brillaban sólo un instante para ensombrecer de nuevo.
El zoom de la cámara amplió un detalle; el pulsador de uno de los ascensores estaba encendido.
—Aquí es donde se cae —señaló Carlos, posando la yema de su dedo índice sobre la pantalla del monitor.
—Entiendo —afirmó el comisario Bruffau—. ¿Esa es toda la grabación?
—Sí. Después, todo queda a oscuras.
Mientras meditaba, Bruffau paseó la mirada sobre el conjunto de botones que controlaba el juego de cámaras y el sistema de seguridad del edificio de El Corte Inglés. Sus ojos se detuvieron de nuevo sobre el monitor que les mostrara la grabación de la pasada noche. Carlos, el responsable de la sala, un joven alopécico entrado en carnes, se apresuró a limpiar la huella que enturbiaba la superficie de cristal.
—Explíqueme de nuevo lo que sucedió después.
—Bien, pues, como ya le dije, quedó reflejado en el sistema que el vigilante no completó la ronda. Ni esa, ni tampoco las siguientes, y... desapareció, ya no vuelve a aparecer en ninguna otra cámara, y todas han grabado sin problema. —Carlos se rascó la barbilla sin afeitar—. Luego, esta mañana, el centro ha abierto con toda normalidad hasta que Luisa, una vendedora de la planta joven, ha dado la voz de alarma.
—Es cuando descubrió el injerto humano en un maniquí.
—Justo. Yo acudí de los primeros y pude verlo con mis propios ojos. Era una mano de hombre cosida al brazo del maniquí. ¡Macabro!
—Es posible que el asesino continúe dentro del edificio —especuló en voz alta el comisario.
—Quien sabe. Aquí, una persona podría sobrevivir una vida entera pasando desapercibida. Hay tantos lugares donde esconderse...
—Tengo un grupo de especialistas a punto para peinar el escenario, planta por planta.
—Hum... No creo que a la directora le haga mucha gracia. Estamos en plena campaña de rebajas.
—Lo sé. Las otras opciones son que sus clientes se paseen con un potencial psicópata asesino acechando o bien, que alguien encuentre otro miembro humano cosido a una figura de plástico. Ciertamente, podría ser un buen incentivo para las ventas y la publicidad de su cadena...—Su rostro entornó un rictus severo—. Ustedes limítense a dejarnos trabajar. Espero conseguir una orden judicial a media tarde. Esta noche, si aún sigue aquí, lo encontraremos.
  Yo no lo tendría tan claro, pensó Carlos.       

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